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       Sala del lazareto instalado en la península de Cavancha.Iquique

 

A diferencia de nuestro tiempo actual, tiempo de asepsia y profilaxis a gusto del consumidor, a inicios del siglo veinte las crisis sanitarias constituían fenómenos de uso frecuente en Chile. Brotes y rebrotes epidémicos solían sucederse con inusitada periodicidad, a tal punto que en las primeras dos décadas de la centuria anterior es posible registrar con claridad al menos seis episodios críticos en el contexto de la salud pública. Para 1903, y tras superar en ese mismo año un foco de fiebre amarilla que se extendió por la ciudad de Antofagasta y la salitrera Salar del Carmen, el país se vio enfrentado a un violento brote de peste negra, concentrado en un primer momento en el norte grande, específicamente en la ciudad de Iquique, para luego replicarse en Valparaíso.

Justo es de recordar que para esa fecha la peste negra ya se había dejado aparecer en otros puntos de Sudamérica, tales como Paraguay, Brasil, Argentina y Perú. La sostenida propagación de la enfermedad se realizaba fundamentalmente mediante el tráfico portuario, a través de los distintos barcos que transitaban de un punto a otro de la región, por lo que las ciudades puertos ofrecían las condiciones ideales para albergar una epidemia de gran alcance. Fue precisamente esa coyuntura la que propició la llegada de la peste negra a tierra iquiqueña. A principios de mayo, el arribo de cuatro vapores provenientes del puerto peruano del Callao, el “Colombia”, el “Santiago, el “Limarí” y el “Arequipa”, habría diseminado el contagio por medio de roedores infectados que lograron desembarcar y pisar tierra firme, hecho que daba cuenta clara de los escasos controles sanitarios por parte de la administración portuaria.

 

Ante los primeros indicios de enfermedad, el gobierno de Germán Riesco determinó crear una comisión de salud que examinara en terreno la sintomatología de los casos iniciales, y que además elaborara un plan de control y saneamiento. Dicha comisión estuvo encabezada por el médico Alejandro del Río, a la sazón director del Instituto de higiene de Santiago, facultativo de valiosa experiencia que sin ir más lejos ya en el año 1900 había colaborado con el gobierno argentino en el control de la peste, y que en 1901 había publicado un estudio titulado simplemente “La peste bubónica”, verdadero manual sanitario para el control de dicha epidemia. Junto al doctor del Río (que años más tarde sería uno de los artífices en la creación de la Posta Central), participaban de esta comisión los médicos Ramón Zegers, quien estaría a cargo del laboratorio bacteriológico, y Ricardo Dávila Boza, responsable tanto de la inspección sanitaria como de la pesquisa de nuevos casos. A ellos tres se agregaría posteriormente el galeno Luis Montero, quien asumiría las tareas del laboratorio bacteriológico y la comprobación de defunciones luego de que Zegers y del Río retornaran a Santiago para informar ante el Ministerio del Interior el diagnóstico y los resultados de plan puesto en marcha. Dicha estrategia dispuso la división de la ciudad en cuatro cuarteles sanitarios, asignándole a cada uno de estos un médico inspector, responsable de hacer cumplir las medidas de higiene general y llevar a cabo la desinfección de zonas contaminadas, además de pesquisar nuevos casos.

Como es posible apreciar, el énfasis de la autoridad sanitaria apuntaba a la separación de los contagiados. Para cumplir tal propósito, la comisión transformó las dependencias de una maestranza metalúrgica paralizada en una casa de aislamiento. Ubicada en la península de Cavancha, se encontraba distante a dos kilómetros del centro de la ciudad, lo que permitía un mayor distanciamiento entre la población enferma y la población general. Anexada a la casa de aislamiento, un polvorín en desuso fue habilitado como lazareto, es decir, lugar destinado a albergar a los infectados, que vino a complementar y descongestionar el ya existente en Isla Serrano. El polvorín reconvertido no era más que una bodega de madera y calaminas, de 18×9 metros, con capacidad máxima para 24 “pestosos”, distribuidos en dos amplias salas de 8 camas cada una, más dos salas menores de 4 camas cada una. Un vestíbulo general, 4 cubículos para personal médico, una habitación para servidumbre, dos escusados y una sala de uso tanto para las autopsias como para el acopio de cadáveres, complementaban la distribución del espacio. A este protocolo de segregación se agregaban tratamientos con suero y normativas de higiene comunitaria para los asentamientos urbanos más populosos.

Como es posible apreciar, el énfasis de la autoridad sanitaria apuntaba a la separación de los contagiados. Para cumplir tal propósito, la comisión transformó las dependencias de una maestranza metalúrgica paralizada en una casa de aislamiento. Ubicada en la península de Cavancha, se encontraba distante a dos kilómetros del centro de la ciudad, lo que permitía un mayor distanciamiento entre la población enferma y la población general. Anexada a la casa de aislamiento, un polvorín en desuso fue habilitado como lazareto, es decir, lugar destinado a albergar a los infectados, que vino a complementar y descongestionar el ya existente en Isla Serrano. El polvorín reconvertido no era más que una bodega de madera y calaminas, de 18×9 metros, con capacidad máxima para 24 “pestosos”, distribuidos en dos amplias salas de 8 camas cada una, más dos salas menores de 4 camas cada una. Un vestíbulo general, 4 cubículos para personal médico, una habitación para servidumbre, dos escusados y una sala de uso tanto para las autopsias como para el acopio de cadáveres, complementaban la distribución del espacio. A este protocolo de segregación se agregaban tratamientos con suero y normativas de higiene comunitaria para los asentamientos urbanos más populosos.

A lo largo de cuatro meses, la epidemia de la peste negra en Iquique, con una población cercana a los 30.000 habitantes, afectó a 214 personas, entre hombres, mujeres y niños; casi dos tercios de los enfermos, el 64%, no logró sobrevivir. Hacia fines de 1903, con el foco infeccioso ya controlado en el norte, la peste negra irrumpiría en el puerto de Valparaíso; nuevamente, la gestión sanitaria desarrollada por el doctor del Río, con mayores recursos y mayor experiencia, impidió que la epidemia llegara a la capital, quizá en un gesto precursor del centralismo moderno.

 

 

 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

Figueroa, Dante. Cuando la peste negra llegó a  Chile. En sitio web independenciacultural.cl. Disponible en https://www.independenciacultural.cl/2020/03/22/cuando-la-peste-negra-llego-a-chile/

Informe sobre la epidemia de peste bubónica en Iquique en 1903: presentado al Supremo Gobierno por la comisión encargada de reconocer la naturaleza de la enfermedad. Disponible en http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-86332.html#:~:text=Citar

"De la Peste Negra a la Pandemia del Coronavirus:Las crisis sanitarias en el Chile Moderno"
   Proyecto financiado por Ministerio Secretaría General de Gobierno

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