Un Vespertino de la tarde de nuestra capital le llamó “el senado chico”, en una nota que hacía referencia a la galanura y buen trato del Concejo Municipal instalado en Maipú, en la era democrática post dictadura, en la década de los noventa.
Personajes de la política local, que se tomaban en serio la representación de sus conglomerados políticos, de los vecinos electores que les habían dado su voto de confianza, y de su rol propositivo y fiscalizador, papel para el que se preparaban con esmero y profesionalismo y así acudir al concejo cada semana con argumentos consistentes, serios , con la ley orgánica de municipalidades debajo del brazo, con la dignidad de hacer sentir el mandato de quiénes les habían elegido, no para calentar sus asientos ni esperar embobados, que funcionarios administrativos del municipio, les dijeran lo que tenían que hacer o decir.
Perdón que lo diga de un modo directo, pero en la medida que pasó el tiempo, estos representantes fueron cambiando, “le encontraron la vuelta”, al negocio de ser concejales, derechamente se fueron poniendo lànguidos, desinformados y aburridos, hacían gárgaras con miel por las mañanas para aclarar sus voces y repetir con aires de estadistas de la vecindad “apruebo”, palabra breve y sencilla que les permitía que la autoridad mayor, les mantuviera su oficinita, celular, asesores, secretarias (entradas para la piscina) y quizás si uno que otro “pitutito”.
Como dicen los jóvenes ahora, para hacerla corta, Silva, Sepúlveda, Undurraga y Vittori, eran astillas de la misma madera política, cada uno por cierto con su propio estilo, el ahora octogenario concejal don Herman Silva, ladino dirigente antiguo quizás si el más modesto en formación académica, pero de aquellos que había que contarse los dedos después de darle la mano, los otros (Sepúlveda , Undurraga, Vittori) cual más cual menos, con dosis y sobredosis de ego, preocupados de sus proyectos personales, ávidos de figuración, polillas circulares en torno de las luces de cámaras y focos transportadores de sus imágenes, de sus versos y proezas.
Ella, como diría Yerko “apolínea, turgente, dorada”, se puso la corona de alcaldesa, un tórrido diciembre de 2016, las cámaras, los flahes, la prensa se vinieron tras ella, sin importarles el discurso político, ¿a quièn podría importarle? era ella mujer emprendedora, el vértigo del ritmo en sus venas bajada de un carruaje de cuentos de hadas, con un príncipe consorte miembro de la realeza política de la UDI.
Ella del brazo de la familia, vino hasta la comarca maipucina , con carácter para perseguir y echar trabajadores fantasmas del municipio, para denunciar la corrupción, para cambiar una y otra vez a sus asesores si no están a su altura, para enfrentar con seriedad y firmeza las altas tareas de su cargo, dejando un tiempo para recrearse sanamente al ritmo de una zumba, o chuchuca, que causan el delirio de la poblada, de sus fieles seguidores y seguidoras modestos, que le acompañan en cada concejo mientras ella les prodiga con ternura un refresco, un snack, porque son ellos fieles seguidores, que al igual que su barra espontánea en las redes sociales la animan “bien Cathy” ¡Dale Cathy! ¡Qué bien te queda el vestido Cathy! ¡Cathy presidenta!.
Y sus adversarios políticos en cambio, parecen no comprenderla y empiezan también a colmar de protestas las sesiones del concejo, donde todo se hace irrespirable, donde se acercan los bandos de uno y otro lado, donde los guardias de la alcaldesa ya parecen ser pocos y quizás por eso, ella no va a los concejos si hay muchos operadores políticos, reclamando juguetes de pascua u otros desubicados que protestan tirando basura a la calle si apenas llevan un par de semanas esperando el camión de retiro, y peor todavía otros irrespetuosos que entran a la sala de concejo estropeando y tirando todo, incluso la silla patrimonial usada tantos años por el ex concejal Olivares.
A veces pasar estos límites, no respetando a nuestras autoridades y nuestro patrimonio, puede llevarnos a marchitar una bella flor.
By Jorge Nieto G.