Es muy común que en las salas de clases los profesores y las profesoras tengan evaluaciones docentes, y ésta comienza por la visita del encargado de la Unidad Técnica Pedagógica (U.T.P.) en cualquier día lectivo de la jornada escolar, sea con anticipación previa de planificación o sencillamente la famosa “visita sorpresa.” Un testimonio, nos introduce a reflexionar en este tema:
“El o la jefe(a) entra al aula, se sienta atrás y no realiza pestañeo alguno mientras observa tu clase. Te colocas nerviosa, y observas el reloj y sabes muy bien que te quedan 80 minutos para dar lo mejor de ti. Los estudiantes tienen un comportamiento similar: “como una clase normal”, pero ellos saben muy bien que alguien está al final del pasillo, con un cuaderno que anota ¡quizás que cosa! Él o ella no emite participación alguna, y sus gestos son de un profesional de alta alcurnia. En ese mismo momento, te cuestionas si eres un buen o mal docente.” Nos comenta un colega de la comuna de Maipú.
En cierto sentido, la evaluación docente, teóricamente, es un elemento de la cultura evaluativa, es una singularidad de la concepción institucional sobre la evaluación de desempeño docente. Por tal razón el acompañamiento, es un aspecto que ayuda en la evaluación formativa, para que de esta manera los profesores cuenten con elementos sobre su actuación y puedan hacer a tiempo las modificaciones pertinentes, para propiciar así los medios de un mejor aprendizaje e incentivar la búsqueda de una cultura educativa.(1)
De la teoría a la práctica, existe un estrecho tan amplio que no se considera en el discurso del acompañamiento, ya que el profesor o la profesora está siendo parte de un cuestionamiento paulatino de su labor. ¿Cómo es posible que otro profesional de la educación, y más aún su jefe o jefa, no presente una viabilidad de participación activa en el salón de clases, es decir, una co-docencia para apoyar y empoderar al docente evaluado.
“Cuando intenté involucrar a mi jefe(a) de U.T.P. en la asignatura de Lenguaje, él me respondió: ¡Yo sólo vengo a observar la clase! Los niños rieron sigilosamente y proseguí con la clase. Al finalizar, no me comentó nada. Pasaron cuatro días de preocupación, no almorzaba y si tomaba once, pensaba: ¿Lo habré hecho bien? ¿Tuve dominio de grupo? ¿Solucioné la indisciplina del alumno?… y otras tantas interrogantes que no lograba responder con claridad. Posteriormente llega el día, en que te llaman para ir a la oficina, y comienza la famosa “retroalimentación pedagógica” y Escuchas el bla bla bla…, y lo único que deseas es que al final, te digan: ¡Muy buena clase! Y si no es así, llegas a tu casa a buscar empleos posibles en Internet, porque realmente esta situación te hace replantearte como profesor.” Nos comenta tristemente el colega de Maipú.
En síntesis, la evaluación docente o el “acompañamiento en aula” responde a una necesidad institucional que tiene por objetivo: evaluar el rendimiento del capital humano de trabajo, debido a que las nuevas políticas institucionales, refieren a lo que está sucediendo dentro del aula. ¿Y qué sucede fuera del aula, los alumnos(as) piensan realmente en estudiar?
El discurso que se implementó a la fecha: ¡La educación la hacen los profesores y punto! No señor lector, la educación la hacemos todos, porque todos somos responsables por todos.
Francisco Díaz es profesor (USACH) y Magister en Educación ( USACH)
Fuente (1): Rodríguez, J. y Orobio, A. El acompañamiento como estrategia de evaluación docente para el desarrollo profesional. Actualidades pedagógicas N°56.2010. p.102.